jueves, 16 de julio de 2009

Ofelia. El Amor en la Cuesta de Miranda

El día era espléndido. Con un sol a pleno que iluminaba los colores de las Sierras de Sañogasta. La vieja Chevrolet Apache, dobló en la rotonda de Nonogasta hacia su derecha. Hizo unos metros y estacionó en una de las islas de la estación de servicio YPF que estaba a su derecha.
- Que hacés Manuel…-
Le dijo el viejo estacionero que en ese momento, le vendía gas oil a una combi cargada de turistas y que se dirigían hacia Villa Unión por la Cuesta de Miranda.
- ¡Hermoso día Francisco!...-
- ¡Sí, pero seguro que hay algo de nieve más arriba!. ¡Hace demasiado frío!. -
- ¡Por suerte, hice un buen acopio de leña este verano!...- Le dijo al estacionero prendiéndose el cuello de la vieja campera.
- ¡Vos si que sos precavido Manuel!. ¡Leña arriba no te falta!.-
- ¡Je, je!... ¡Ofelia no me deja pasar el verano sin cortar para el invierno!...-
- ¿Cómo anda Ofelia?.- Le preguntó presionando el gatillo de la manguera.
- ¡Bien!... ¡Aunque con algunos achaques!...-
- ¡¡Y ya no tenemos veinte años Manuel!!...-
Le dijo mientras la combi partía en medio del bullicio de los turistas que sacaban fotos a todo lo que encontraban.
- Cargame también el bidón de plástico…- Le dijo señalando el bidón verde que estaba atado en la parte de atrás de la camioneta.
- ¿Te vas a la chacrita?...-
- Si. Me espera Ofelia.-
- ¡Vos si que sos un hombre de suerte!...- Le dijo palmeándole la espalda.
Con una explosión por el caño de escape, la vieja Apache se puso en marcha. Manuel subió al pavimento y pasó por el frente de la curtiembre. Un rato después, pasaba por el costado de las chacras que están a la derecha del camino que sube a la cuesta. Vio los árboles de ramas blancas de una plantación de nogales. Pasó el puente sobre el Río Miranda. La tierra de volvió colorada, de un color cobrizo fuerte, que contrastaba con el escaso verde de los pocos arbustos que se animaban a fijar entre las piedras.


La camioneta se sacudió en medio del camino de ripio de cornisa. La detuvo en medio de una explanada definida como un mirador del lugar. El viento frío le agitó el grueso mechón de cabello plateado. Se ajustó la gorra a la cabeza. Cruzó el camino hasta el borde de la pared de piedra. Miró a lo lejos el espectáculo de ese, su sencillo mundo. En medio de esos álamos, allá abajo, lo esperaba su casa, la comida caliente y Ofelia. Miró la belleza que se veía a su derredor. Solo sintió el silbido del viento entre los cerros. Se persignó y agradeció a Dios el estar de vuelta. El día era hermoso. Un día a pleno sol en medio de la Cuesta de Miranda. La vieja camioneta arrancó con una nueva explosión. Manuel dobló hacia su derecha, por el camino que bajaba hacia el río que serpentea más abajo.

1 comentario:

  1. ¡Cuántas Ofelias me faltan para alcanzar la felicidad!

    Qué bonito relato

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