El ultimátum vino en la mañana, minutos antes salir a la calle a trabajar.
- ¡Necesito que dejes la casa antes de irte de vacaciones!...- Dijo evitándome la mirada. Con temor. Como si yo pudiese llegar a golpearla. - ¡Porque si te vas a Salta y todavía no te fuiste, cuando vuelvas no me vas a encontrar en esta casa!. ¡Ni a mí, ni a los chicos!...- Dijo ella con un odio contenido y los dientes apretados.
Tantas veces se mereció una bofetada, que nunca me animé a dársela. Tal vez por la educación que mis viejos me brindaron ó el profundo respeto que sentía hacia mis hijos. Ó ambas cosas a la vez. Trece años. Mucho tiempo. Trece años habían pasado del matrimonio con esa mujer que alguna vez, después de hacer el amor, me dijo en medio de un abrazo:
- ¡Quiero llegar a vieja al lado tuyo!...-
Y yo emocionado, iluso enamorado, en ese momento le creí. Era esa misma mujer, la que trece años después, me amenazaba con partir en dos la vida a mis hijos, sino me iba de la casa. ¡De esa casa, que también era la mía!. Porque labure trece años como un enano para mantenerla. Trece años casado con esa mujer, que en ese momento, no dudó en usar la tranquilidad de mis hijos como escudo para obligarme a abandonar la que también era mi casa. Trece años en el tiempo. Mucho tiempo Geroo.
Me pidió que les hablara a los chicos, antes de irme. Y así fue que tuve con ellos la charla más difícil que un hombre puede tener con sus hijos. La charla que más me costó tener en mi vida. Justo un Veinticinco de Diciembre, el día de Navidad. Ese fue el día que me tocó hablarles a Mariana y Leonardo, para asegurarles, en medio de la duda y la angustia de sus caritas, que su Papá nunca los iba a dejar. Que su Papá se cambiaba de techo, que ya no viviría con ellos en la misma casa. Sin saber como hacer con las palabras, para darles a ellos la completa seguridad que siempre iba a estar, que cada vez que ellos me necesitasen, su Papá iba aparecer. Recuerdo que les dije:
- ... No importa donde esté, ni la hora que sea, que cada vez que me llamen yo voy a aparecer...-
Todavía, después de tanto tiempo, me sigue angustiando el recordar la escena. Recordar la carita de mis hijos, apoyados en el borde de la cama de Leonardo, envueltos en ese mar de dudas compartidas.
¿Que cosas perdí?... Muchas cosas. Como también muchas cosas gané. Pero lo que hasta hoy nunca recuperé, fue el perfume de Mariana.
Yo tenía una rutina diaria: Levantarme temprano, siempre de noche, lavarme en el baño, vestirme en la pieza a oscuras, porque “La Faraona” dormía. Siempre tratando de no hacer ruido para no despertarla. Iba a la pieza de los chicos, sin prender la luz, les acomodaba las colchas, y les daba un beso mientras dormían. Mariana, siempre acalorada, era la que pateaba las mantas y terminaba cruzada en la cama, enredada entre las sábanas. Había que acomodarla, enderezarla y volverla a tapar. ¿Se acordarán mis hijos del beso que les daba el Papá en medio de la madrugada?. Mariana tenía un perfume especial. Siempre el beso se lo daba detrás de la oreja, sobre los rulitos transpirados. ¡Dios era el mejor perfume del mundo!. ¡El perfume de la transpiración de mi hija!. Solo después de esa ceremonia, la tapaba en medio de la oscuridad y me iba a trabajar.
domingo, 17 de mayo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
DESPUES DE LLORAR DELANTE DE LA COMPUTADORA DEL TRABAJO , EMOCIONADA DE ALEGRIA Y TRISTEZA A LA VEZ....SI RECUERDO TUS BESOS ENTRE SUEÑO Y DEPIERTA . TE AMO
ResponderEliminar