En el 96 tuve la suerte de poder tener mi casa. Una de plan, sin demasiados lujos. En rigor de verdad, casi ninguno. Para ese entonces, ya estaba divorciado. Vivía solo. Para mis vecinos era “El hombre de la Casa 3”. El que no se relaciona con nadie. El que solo saluda a sus vecinos cuando pasa. El extraño del barrio que todos saben que trabaja en una empresa de telecomunicaciones, porque algunas veces lo ven con la camioneta. Siempre me preguntaba: ¿Que pensarán mis vecinos de mí?. Un hombre solo, que solo ve a sus hijos los domingos. Un hombre que no sale, que siempre se levanta temprano. Metódico hasta el hartazgo. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa como decía “El General”. Así fue que por fin en el 96 tuve “Mi lugar”. Con un dormitorio para mí, en el que tenía televisión por cable y estaba en conocimiento de lo que pasaba en el mundo, por las imágenes de los noticieros. Salidas “Cero”. Amistades: “Cero”. Crecimiento intelectual: “100%”. Solo salía de mi casa para jugar al fútbol una vez a la semana con mis compañeros de oficina. Aislado del mundo, pero con tiempo para pensar. ¡Que genial es tener tiempo para pensar!. Me dí esa oportunidad, que la mayoría de las personas no se dan: la de tener tiempo para poder repensar, analizar lo que se hizo y tratar de cambiar las cosas que uno analiza que están mal. ¡Me dí cuenta que tenía todo ese tiempo para mí!. El tiempo que nunca había tenido durante los trece años (“Mi Década infame”) de matrimonio. Primera conclusión: Tenía tiempo para volver a estudiar. Para terminar mi carrera inconclusa, siempre postergada. Volví a la facultad, cursé y rendí las materias que me quedaban. Me recibí de Ingeniero Electricista Electrónico. Fue solo para calmar el orgullo herido, y en el fondo una lección para mis hijos. No podía permitir que “La Faraona” se hubiese recibido de abogada, me hubiese echado de a casa, y yo mostrarme delante de mis hijos como un fracasado. No me lo hubiera perdonado jamás. A la noche, miraba televisión hasta las doce. Los miércoles solía ver la Serie “Nip Tuck”. La de los médicos que son cirujanos estéticos. La de ese trío que formaban Sean, su mujer Julia y Troy. Me gustaba la serie porque era distinta. Me impactaba la presentación, que era un dechado de estética, con esas mujeres pintadas de blanco, que la cámara recorría y también el marcador rojo con trazos espaciados. Y la imagen de esa mano blanca, que de pronto, movía espasmódicamente dos dedos. Miraba siempre la serie, hasta que empezaron las peleas entre Sean y su mujer. En el capítulo en el cual ello se pelean, no soporté ver la discusión entre los dos. Los reproches de Julia hacia Sean, escupiéndoles las palabras con los dientes apretados. Me recordaron demasiado a las peleas en mi matrimonio. Fue más fuerte que yo. Esa ficción me superó. Tuve que presionar el control y cambiarlo. Nunca más volví a ver Nip Tuck. Como me dijo Pancho, un compañero, alguna vez: “Vos no estás curado Geron”. Y me parece que tiene razón. Pasan los años y sigo sin soportar ese tipo de discusiones. ¿¿Estoy para el diván??. Tal vez un divorciado me pueda entenderme...
lunes, 18 de mayo de 2009
Sean y Julia
En el 96 tuve la suerte de poder tener mi casa. Una de plan, sin demasiados lujos. En rigor de verdad, casi ninguno. Para ese entonces, ya estaba divorciado. Vivía solo. Para mis vecinos era “El hombre de la Casa 3”. El que no se relaciona con nadie. El que solo saluda a sus vecinos cuando pasa. El extraño del barrio que todos saben que trabaja en una empresa de telecomunicaciones, porque algunas veces lo ven con la camioneta. Siempre me preguntaba: ¿Que pensarán mis vecinos de mí?. Un hombre solo, que solo ve a sus hijos los domingos. Un hombre que no sale, que siempre se levanta temprano. Metódico hasta el hartazgo. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa como decía “El General”. Así fue que por fin en el 96 tuve “Mi lugar”. Con un dormitorio para mí, en el que tenía televisión por cable y estaba en conocimiento de lo que pasaba en el mundo, por las imágenes de los noticieros. Salidas “Cero”. Amistades: “Cero”. Crecimiento intelectual: “100%”. Solo salía de mi casa para jugar al fútbol una vez a la semana con mis compañeros de oficina. Aislado del mundo, pero con tiempo para pensar. ¡Que genial es tener tiempo para pensar!. Me dí esa oportunidad, que la mayoría de las personas no se dan: la de tener tiempo para poder repensar, analizar lo que se hizo y tratar de cambiar las cosas que uno analiza que están mal. ¡Me dí cuenta que tenía todo ese tiempo para mí!. El tiempo que nunca había tenido durante los trece años (“Mi Década infame”) de matrimonio. Primera conclusión: Tenía tiempo para volver a estudiar. Para terminar mi carrera inconclusa, siempre postergada. Volví a la facultad, cursé y rendí las materias que me quedaban. Me recibí de Ingeniero Electricista Electrónico. Fue solo para calmar el orgullo herido, y en el fondo una lección para mis hijos. No podía permitir que “La Faraona” se hubiese recibido de abogada, me hubiese echado de a casa, y yo mostrarme delante de mis hijos como un fracasado. No me lo hubiera perdonado jamás. A la noche, miraba televisión hasta las doce. Los miércoles solía ver la Serie “Nip Tuck”. La de los médicos que son cirujanos estéticos. La de ese trío que formaban Sean, su mujer Julia y Troy. Me gustaba la serie porque era distinta. Me impactaba la presentación, que era un dechado de estética, con esas mujeres pintadas de blanco, que la cámara recorría y también el marcador rojo con trazos espaciados. Y la imagen de esa mano blanca, que de pronto, movía espasmódicamente dos dedos. Miraba siempre la serie, hasta que empezaron las peleas entre Sean y su mujer. En el capítulo en el cual ello se pelean, no soporté ver la discusión entre los dos. Los reproches de Julia hacia Sean, escupiéndoles las palabras con los dientes apretados. Me recordaron demasiado a las peleas en mi matrimonio. Fue más fuerte que yo. Esa ficción me superó. Tuve que presionar el control y cambiarlo. Nunca más volví a ver Nip Tuck. Como me dijo Pancho, un compañero, alguna vez: “Vos no estás curado Geron”. Y me parece que tiene razón. Pasan los años y sigo sin soportar ese tipo de discusiones. ¿¿Estoy para el diván??. Tal vez un divorciado me pueda entenderme...
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